Hay una discrepancia en cada uno de nosotros entre el ser interno y la persona que mostramos a los demás. La salud y la integridad personal dependen en gran medida del grado en que estas personalidades privadas y públicas puedan armonizarse. Esa reconciliación es potencialmente salvadora para las personas que buscan la recuperación de la adicción a largo plazo. La adicción es un trastorno cuya recuperación efectiva requiere vivir de la manera más auténtica y honesta posible, y es precisamente ese aspecto el que hace que muchas personas vean la recuperación de la adicción como un regalo invaluable que trasciende la libertad del uso destructivo de drogas.
Lo que hace que este viaje hacia la autenticidad sea mucho mas difícil en la recuperación de la adicción en comparación con el viaje para otros, es el grado de duplicidad en el corazón mismo de la experiencia de la adicción. La adicción ataca, dejando solo la máscara del momento. Con cada consumo, la droga se vuelve más poderosa y el Yo se debilita, nuestros límites y nuestra esencia se desvanecen, dejando solo secretos acumulados a su paso.
Ser adicto es ser un actor, un camaleón cuyos rostros cambiantes camuflan la realidad de nuestra relación con las drogas y sus consecuencias. Las máscaras esconden mil promesas rotas para nosotros mismos y para los demás. Proporcionan una apariencia de normalidad ocultando la manipulación y la explotación. Fingimos reír cuando las lágrimas fluyen dentro, y proyectamos rabia para cubrir nuestro miedo.
Ser adicto es ser un impostor, llevar tantas máscaras durante tanto tiempo que cualquier apariencia de nuestro verdadero ser existe solo como un débil recuerdo. Las máscaras se convierten en capas gruesas y se construyen de manera más elaborada con el tiempo, cada una de las cuales busca transmitir cordura y autocontrol, a medida que estas mismas cualidades se convierten en cenizas. Las máscaras a menudo se convierten en prisiones creadas por nosotros mismos.
Escapar de este estado requiere enfrentar el terror de la nada, el terror de que nada, o al menos nada de valor, existe detrás de nuestras máscaras. Este temor es tan grande que rara vez se puede enfrentar solo. No hay un paisaje más aterrador para la persona adicta que el que él mismo ha dibujado en secreto en su propia alma. Enfrentar ese paisaje sin la ayuda de compañeros de viaje puede provocar tal repugnancia que pocos pueden atravesar y sobrevivir este territorio solos.
La buena noticia es que nadie necesita hacer este viaje solo. Nadie necesita morir por mirar fijamente en un espejo y ver solo el dolor o la nada. Las comunidades de recuperación se están extendiendo por todo el mundo y se puede acceder rápidamente mediante una llamada telefónica o un clic en el computador. El viaje compartido no es fácil, pero puede llenarse de alegría, de significado y propósito. En pocas palabras, un buen mañana es posible cuando podemos sentirnos cómodos dentro de nuestra propia piel, cuando recuperamos el Yo perdido o, cuando forjamos uno nuevo. La recuperación es un proceso de reconstrucción del yo: una pieza a la vez, un momento a la vez.
Las máscaras de la adicción no desaparecen de la noche a la mañana. Otras máscaras nos acompañarán a través de la recuperación. Las máscaras tempranas de la recuperación, como las que nos acompañaron en la adicción, deberán ser retiradas lentamente como capas de una cebolla. El estigma social y la vergüenza generados por la adicción forzarán a algunos a llevar una vida en secreto, obligándolos a proteger la fuente de su vitalidad tan estrechamente como una vez protegieron la fuente de su sufrimiento. Lo que promete la recuperación es la oportunidad de vivir una vida mas auténtica. Dicha autenticidad proviene de escapar de los fantasmas del pasado y de vivir y amar de la manera más sencilla y honesta posible. Si el ser y la serenidad se encuentran en la recuperación, es en el descubrimiento de que la eternidad existe en cada momento; que todos los humanos hemos sido heridos y somos seres imperfectos; y ese profundo significado y conexión con otros fluye de la aceptación de esa imperfección mutua.
Al retirar estas máscaras, podemos finalmente repetir las palabras recitadas diariamente en las comunidades terapéuticas:
“Estamos aquí, porque no existe refugio alguno, donde escondernos de nosotros mismos. Mientras la persona, no se confronte en los ojos y en el corazón de los demás, está escapando. Mientras no comunique sus secretos, no hallará reposo.
El hombre que teme ser conocido, no podrá conocerse a sí mismo , ni conocer a los demás: ¡está solo!.
Fuera de estos puntos comunes, ¿dónde podremos hallar tal espejo?.
Reunidos aquí, la persona puede al fin de cuentas manifestarse claramente a sí misma. Ya no como el gigante de sus sueños, ni el enano de sus temores, sino como un hombre, parte de un todo, con su contribución para ofrecer.
Sobre este terreno todos podremos echar raíces y crecer: ya no solos como en la muerte, sino vivos para nosotros mismos y para los demás.
Hay algo profundamente humano en la recuperación de las heridas más profundas. La recuperación es simultáneamente una recuperación de partes perdidas del yo, el descubrimiento de recursos ocultos y una reconstrucción consciente del carácter y la identidad. Para convertirnos en personas en recuperación, primero debemos convertirnos en personas, en personas reales. Hay mucho que aprender de este proceso de renacimiento y auto aceptación, de la espiritualidad de la imperfección. Hay lecciones enterradas dentro de esta experiencia colectiva que vale la pena compartir con el mundo.